lunes, 29 de octubre de 2007

Ayer hablé con Dios

Le hablé de ti, le conté lo mucho que me acompañas,
de lo mucho que compartes conmigo mis penas y alegrías,
lo mucho que me reconfortas
y haces que vea mi realidad sin ojos pesimistas.

Le hablé de ti, de lo mucho que te esfuerzas a diario,
de lo mucho que te dejas de lado, por hacer las cosas
que son mejores para los que te rodean.

Le hablé de ti, de lo mucho que pides por otros,
dejándote a veces demasiado de lado,
sin importarte que tus necesidades queden sin cubrir.

Le hablé de ti y de tus sueños,
que muchas veces son los míos,
que quieres estar bien junto a quien te dio el ser.

Le hablé de ti, que añoras tu independencia
y don de decisión, añoranza que eternamente
postergas por los tuyos y por una sana convivencia.

Le hablé de ti, que quiero que seas feliz,
que no importa el sacrificio que haya que hacer por lograrlo,
lo que yo soy está disponible y lo entrego para que sea así.

Le hablé de ti, de lo mucho que significas para mí,
de que no estaría donde estoy
si no fuera por tu aliento, constancia y perseverancia.

Le hablé de ti, y que no importa la distancia
que haya entre nosotros, siempre habrá un lugar
para que nos hagamos compañía y nos demos fuerza.

Le hablé de ti, para que te vea siempre con buenos ojos
y cuide tu andar, como lo hago yo
y para que siempre premie tu esfuerzo,

Le hablé de ti, le pedí que nunca te deje,
que siempre te guíe, que siempre te reconforte,
que siempre te premie, que siempre llene tu corazón,
que siempre te dé felicidad y que siempre te haga
recordar mi nombre y el corazón que te quiere
y se regocija con escuchar tu nombre, tu voz y tu andar.

Le hablé de ti... y de mí.

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